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NUEVA NORMALIDAD

La recuperación económica de la crisis producida por la COVID-19 debería ser con una visión duradera y resiliente, evitando el regreso a los negocios con patrones de comportamiento y actividades que destruyen el ambiente, generan caos, desorden y afean las ciudades, como la sociedad estaba acostumbrada.

Para la rehabilitación del país y sus territorios, debería aplicarse medidas y programas diseñados con proyección a «reconstruir mejor», generando inversiones y cambios de comportamiento que reduzcan la probabilidad de futuros desastres, incluyendo objetivos que permitan reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a largo plazo, la resiliencia ante el impacto climático, la disminución de la pérdida de biodiversidad y la evolución hacia sistemas de movilidad que empleen la electricidad como fuente de energía.

Si bien se ha podido observar una incipiente priorización por parte del gobierno hacia la superación de la emergencia sanitaria y la aplicación, aunque lenta de medidas económicas, se debería trabajar ya en la preparación de proyectos que faciliten la transición hacia una sociedad más inclusiva y resiliente, con emisiones mínimas de gases de efecto invernadero y un fortalecimiento de la resistencia a las pandemias.

Se ha desnudado la precariedad del sistema de salud y la desigualdad social agravada por la pérdida masiva pero desigual de empleo, vulnerabilidades particularmente preocupantes ante una amenaza futura mayor para el planeta: La degradación ambiental impulsada por el sistema económico actual.

Para cambiar este panorama se precisa de inversiones en prevención, que mejoren la resiliencia reduciendo los gastos asociados a desastres y catástrofes. Nos encontramos ante un desafío de reactivación diferente, ya que si bien no se ha producido un siniestro físico, sí se ha generado una grave crisis económica, que conlleva el riesgo de regresar incluso a un modelo peor que el anterior.

Si se va a continuar de la misma manera, es decir sin control, como se ha venido haciendo hasta ahora, las emergencias ambientales globales como el cambio climático y la pérdida de biodiversidad, podrían provocar daños sociales y económicos mucho mayores que los causados por la COVID-19. Si se deja a un lado el proceso de recuperación sostenible, con enmiendas principalmente conductuales, se estaría rehusando a beneficios producto de la reducción de vulnerabilidades e incremento de resiliencia ante eventos catastróficos futuros, derivados del cambio climático y enfermedades o de una confluencia de estos y otros factores.