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TECHOS HERMOSOS, EL HUASIPICHAY

La construcción de una casa andina es una práctica ritual. En algunos casos son construidas en minga, en la que familiares y otros miembros de la comunidad se ayudan mutuamente. Al terminar, con la colocación del techo, se realiza una gran fiesta. La celebración es con música, baile y chicha. La parte central del festejo es el momento en el que los padrinos ofrecen cruces de hierro para proteger la casa de malos espíritus o brujerías. 

Recorrer el sector rural de Cotopaxi siempre será una hermosa experiencia, en cada pueblo de nuestra provincia hay un tesoro: las viejas casas respiran el alma de un ayer rico en tradiciones. A menudo desaliñadas, enfermas y harapientas, estas edificaciones nos confrontan con nuestra esencia. Ellas expresan momentos alegres, tristes, difíciles, festivos; los recuerdos de la vida diaria. En el frenesí tenso y desenfrenado de hoy, éstas, a menudo, han sido consideradas antigüedades inservibles, por ende, olvidadas y abandonadas hasta convertirse en escombros.

En el día de la inauguración no deben faltar dos cosas: el cura para que bendiga la vivienda y la cumbrera para que proteja la casa de los ladrones.

Según algunos historiadores, la costumbre de colocar cumbreras se originó antes de la Colonia, se conoce que los indígenas cultivaban sábila sobre las cumbreras de las casas, esta planta era utilizada por ellos para ahuyentar los males y curar enfermedades.

Para Narcisa Ullauri, en su libro ‘Por la Señal de la Cruz’ dice que la tradición de colocar la cruz sobre los techos se inició en la Colonia, cuando los frailes evangelizaban a los indios que adoraban a distintos dioses. La cruz era el distintivo de las personas que se convertían al cristianismo.

Esta tradición es una herencia que se transmite de padres a hijos. Las figuras se colocan antes del “huasicumbay”, que significa la inauguración de la casa con padrinos; se dice también “huasipichana”, palabra quichua que significa barrer o limpiar la casa.
Con la cruz la casa está bendecida por Dios. Sirve para ahuyentar al maligno y a las tentaciones. Además, protege la casa de los rayos.

Los compadres   compran la cruz y la hacen bendecir en una iglesia.  Mientras los compadres suben al techo a entregar la cruz para que el albañil la instale, los asistentes cantan el Himno Nacional, concluido este ritual, los compadres regalan monedas, caramelos o galletas a los asistentes.

Los dueños de casa no escatiman en   gastos. Preparan cuy con papas, hornado, chicha y canelazos. También hay baile. Antes lo hacían con bandas de pueblo o acordeón, ahora se utiliza el discomóvil. A la celebración se suman los juegos tradicionales.  

Hay diferentes modelos de cruces. Las más comunes son las de hierro forjado y las de cerámica. Los componentes más comunes que acompañan a las cruces son la rama de maíz o trigo, alimentos, un gallo que representa la negación del apóstol Pedro a Jesús, una escalera sobre la que se bajó el cuerpo de Jesús después de la crucifixión. Las medidas son variables.

Las razones para colocar figuras de animales sobre los tejados varían. El perro era símbolo de custodia y seguridad, mientras que los chanchos y las ovejas representaban fecundidad.  Los gallos y la rosa de los vientos llegaron con los españoles; la rosa, principalmente, era ubicada en casas coloniales; la figura del gallo es la más utilizada.

En las viviendas rurales, hay aires de esoterismo, la morada se protege por un perro grande, de ojos brillosos y con pinta de lobo. Las esculturas están hechas de barro, imágenes de la Virgen de El Quinche y un gallo. El gallito es un animal que hace madrugar a trabajar en el campo. La Virgen y los ángeles protegen. Además para garantizar fortuna se esconde pequeñas cantidades de dinero.

En la ciudad se recurre a la cruz más por adorno. Muy raras veces es por religiosidad.
Día a día vemos como, a pretexto de modernidad, cambiamos la vivienda tradicional por insulsas cajas de hormigón, mampostería de bloque y techo de eternit o losa, construcciones ajenas a la tradición y cosmovisión de nuestros pueblos.

Es necesario que la semilla de una conciencia culturalmente sensible de nuestra tierra, germine. Necesitamos, cada vez, más líderes culturales, cívicos y entusiastas de lo nuestro, que luchen para poner un alto a la loca desfiguración de los pueblos, pidiendo una oportunidad para nuestras venerables casas antiguas, para demostrar su adecuación estupenda a nuestro clima y costumbres, revelando la solidez de su material a pesar del abandono de años, obras que por más humildes que sean, constituyen una verdadera artesanía en sus terminaciones.

Espero que las autoridades se ocupen del rescate de nuestra tradición edificada, de nuestra arquitectura del ayer, pero para que el rescate del patrimonio sea un quehacer sustentable, tiene que surgir de una base comunitaria.

Si queremos una provincia con variedad turística, debemos empezar por respetar las tradiciones, no podemos permitir que las cumbreras desaparezcan, es nuestro deber revalorizarlas y hacer que estas florezcan.

La próxima vez que decida recorrer los sectores rurales de Cotopaxi, recuerde, dirija su mirada a los techos y descubrirá el encanto de las casas rurales de nuestra tierra.