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FÉLIX VALENCIA VIZUETE: CIEN AÑOS DESPUÉS

EL MODERNISMO AL MÁRGEN

Nació en Latacunga del año 1886, un 31 de agosto, publicó dos folletos de versos, uno dedicado a la acción de Ricaurte en San Mateo y otro de carácter lírico titulado: Cantos de vida y muerte, una pesquisa que ha demorado años como reuniones, amistades, distancias, despedidas que merecen un ensayo sobre la modernidad ecuatoriana y algunos afónicos que han sido exilados del grupo modernista del Ecuador, en este grupo y muy al margen esta Félix Valencia.

Pongamos los puntos sobre las íes, por ahí insisten los aventurados innovadores queriendo impresionar con ser los pioneros de la puesta en valor de lo que la filología y axiología se han encargado con creces; desde el intelectual Atanasio Viteri Karolys, Hernán Rodríguez Castelo, los hermanos Franklin y, más, Leonardo Barriga López, hasta el insistente y no muy examinado Humberto Salvador se han preocupado con razón en el caso Félix Valencia Vizuete.

Como todo joven mis primeros intentos eran tan barrocos que dejarse envolver por los poetas y escritores modernistas era una senda obligada; el impacto de una vida signada de mito y leyenda a inicios del siglo XX trastoca e interesa a todo lector; ya se dedicaron con creces sobre el paradero de la partida de bautismo del vate latacungueño, que puso en duda su origen por un artículo publicado en la década del 60, del siglo XX, por la sociedad de egresados del colegio Mejía , bajo el título “Un mejía de vida torturada y muerte trágica: Félix Valencia el poeta de las amarguras”, del ex mejía Gerardo Chiriboga, promoción 1914, donde se testimoniaba sobre el poeta y según este artículo decía ser oriundo de Tulcán y nacido en 1888; de este desliz se especuló su procedencia hasta ratificar el hallazgo de la partida bautismal en el archivo de la curia tras largo tiempo por el investigador latacungueño Paúl García Lanas y expuesta la fecha de manera pionera por Leonardo Barriga López en el libro “Valores Humanos de Cotopaxi, Semblanza y Antología” quién dedicó junto a su hermano Franklin Barriga una serie nutrida y compilatoria de los poemas del dolor, en la Colección Pueblo, reedición ofrecida por el obituario del padre del primer editor Trajano Carrillo Villacreses, y prologada por Alejandro Andrade Coello, en Quito el 18 de abril de 1933.

Reconocerlo en el modernismo tardío o en la influencia de un tiempo es necesario y urgente, lo hemos advertido que entre los nombres de:

Humberto Fierro Jarrín (1890 – 1929)

Ernesto Noboa y Caamaño (1891–1927)

Arturo Borja Pérez (1892–1912)

Medardo Ángel Silva Rodas (1898–1919)

Víctor Hugo Escala Camacho (1888-1957)

Alfonso Moreno Mora (1890-1940)

Wenceslao Pareja (1892–1947)

Luis Felipe Veloz (1885–1959)

J. A. Falconí Villagómez (1895 – 1967)

José María Egas (1896-1982)

César Arroyo (1896-1982)

Eloy Proaño (1890-1965)

Manuel María Palacios Bravo (1891–1969)

Sergio Núñez (1896-1984)

Remigio Tamariz Crespo (1884-1948)

Al margen y sin eufemismos ni fanatismos espontáneos se debe considerar el de Félix Valencia Vizuete (1886– 1919).

Quizá uno de los escritores que dedicó mas palabras como gestos ha sido Humberto Salvador en su cuento “Sándwich”, en Taza de té, en torno al desenlace que desató noticias policiales de aquella época y que en el anuncio quiteño aún reposa en su imaginario y oralidad: “Como  parte  del  anecdotario,  a  más  de  lo  precisado,  en  términos  de  lo  que  es  el  referente  real  por  Atanasio  Viteri,  vale  considerar  lo  que  Wilma  Granda  consigna  en  un  artículo  del  2002  dedicado  a  la  obra  cinematográfica del pionero Augusto San Miguel y su película  Se necesita una guagua, en la que participan “(…)  integrantes  del  Centro  Cultural  Félix  Valencia  (nombre  de  un  trágico  poeta  latacungueño  que  había  muerto  hace  poco,  en  1921).  Alrededor  de  este  personaje,  se  habrían  tejido  rumores,  como  aquel  de  que  murió en la absoluta miseria y, por ello, el médico Abel Alvear, quien se sentía culpable de su muerte, en una crónica  llamada  “Cómo  coadyuvé  a  la  muerte  de  un  poeta”  contó  cómo,  compadecido  de  la  pobreza  de  Valencia  le  consiguió  alojamiento  en  el  Hospital  San  Juan  de  Dios  de  Quito  entre  los  tifosos.  Contagiado  irremediablemente  murió  el  poeta  que  gustaba  conversar  con  los  enfermos.  Cuando  falleció  no  hubo  quién  reclame  oportunamente  sus  restos.  Mientras,  unos  indígenas  recuperaron  también  a  un  pariente  muerto  y  retiraron el cadáver equivocado. Se llevaron el del poeta Valencia. La familia del poeta no encontró su cuerpo y  en  la  ciudad  de  Quito  corrió  el  rumor  de  que  el  poeta  habría  sido  digerido  como  fritada.  Esa  versión  necrófila,  la  oí  de  pequeña  en  la  boca  de  mi  horrorizado  abuelo.  Y  la  leí,  tal  cual,  hace  varios  años,  en  una  revista municipal de reminiscencias del Quito antiguo”.

H. Salvador, en “Sándwich”, de Taza de té, recurriendo a la ficción nos presenta la historia del “poeta vagabundo”, de quien “su nombre no debe ser dicho. ¿Qué importancia tiene un nombre en la vida?” Este ser anónimo que puebla el mundo del hambre y del desprecio es un poeta que a su vez ata o celebra desde su palabra y marginalidad, o sea el de la resistencia, aquella belleza que en la realidad de su ciudad sólo es una tentación, porque la verdad atroz es que su cuerpo será parte de sánduches que se venderán “a cinco y diez centavos”.

El cuerpo del inocente, del escarmentado, fue alimento de quienes, como el antropófago anunciado por Palacio, no saben lo que devoran. Además, ese canibalismo de una civilización que desprecia a quien le habla de lo que la desequilibra porque tiene que ver con lo humano.

Como afirma el estudiante de medicina tan cínicamente: “¡Ya ve usted para lo que sirven los poetas!”

Sobre este cuento, es interesante la lectura de Atanasio Viteri entre el mundo forjado y los referentes que le permitieron a Salvador construir su historia: “Sándwich  es un alto personaje gris. Un personaje dostowieskiano. Los días quiteños le conocieron y le gritaron sordamente. Con sordidez. Con saña para acorralarle en la soledad. Le limpiaron la ropa y el gozo de los ojos, le ahuequearon los sentidos para una visión sensorial más dolorosa. Las gentes se hartaron su carne de vagabundo.” Luego agrega: “No se cita su nombre, pero hay una placa dadora de nombre a una calle, en la ciudad de Latacunga. Se dice que el torturado fue de allí. Los munícipes le creyeron poeta, y olvidaron que fue hombre, el más arisco, el de frente más repechado, el más irreprochable hombre de los hombres valientes”.

Una nota extensa a modo de biografía aparece en el Diario el Día, de octubre de 1930, el distinguido Amable Viteri, titula como “Un poeta nacional olvidado: La vida anecdótica del poeta sentimental Félix Valencia, narrada por un amigo de la infancia” ciertas confidencias que mencionado periodista refiere su cercanía con el poeta latacungueño al cual conoce por el año 1900 en el histórico barrio San Roque, como alumno de los hermanos Cristianos del Cebollar, para luego ser condiscípulo del colegio Mejía, donde entre exabruptos abandono sus estudios por su condición decadente y limitaciones, y en franca revelación decide retomar con insistencia para tomar la Literatura y exponer su talento en las celebraciones festivas en honor al patrono José Mejía Lequerica.

Por referencias biográficas entorno a la fecha de su fallecimiento existieron disparidad de criterios , por ello el estudioso Dr. Edison Calvachi Cruz, quien por intermedio del Dr. Fernando Jurado Noboa me confió el ensayo previa su publicación en el órgano de difusión de la SAG, en el verano de 2008, en visita a su domicilio y cedidos varios documentos valiosos que hoy compartimos como tributo al obituario del poeta menor del modernismo ecuatoriano: José Félix Valencia Vizuete.

El articulo biográfico divulgado en diario El Día, experticia fidedigna que fue publicada luego de casi 12 años de su deceso, década de los 30 del siglo pasado, y que Amable Viteri explica que “el dos de enero de 1919 se dio la noticia de la muerte del infortunado poeta, acaecida en el Hospital Sala Ordoñez; un intelectual condiscípulo de Valencia que ya se iniciaba como redactor en el diario El Comercio, publicó algunas composiciones de las que era poseedor, despertando la admiración por el vate”, este dato es la punta del ovillo de una serie de temas aun pendientes y que han signado a varios intelectuales y estudiosos más allá del mito, Valencia por Valencia, la marginalidad como hedonismo, capítulos aparte que laten porfiados en la publicación de la poesía completa (conocida y compilada vital y póstuma) de este poeta.

Calvachi Cruz revisando el libro de Defunciones del Hospital San Juan de Dios encuentra la fecha exacta el “3 de enero de 1919” cuando cumplía 32 años, 4 meses 4 días. El diagnóstico de defunción fue de fiebre tifoidea, epidemia latente desde hacia muchos años atrás debido a las pésimas condiciones de salubridad de la ciudad de Quito; se discurre sobre el paradero del cuerpo del fallecido poeta que según elucubraciones se extravió, esto ante el reclamo de un grupo de intelectuales y cercanos más íntimos para su paradero: el mismo consabido investigador reflexiona lo escrito por J. Ricardo Barrera, quien además asegura que el infortunio del pobre le persigue hasta en la muerte, familiares de un indígena confunden el cadáver y se lo llevan equivocadamente para una cristiana sepultura, quedando fraguada la inquietud de la asociación de poetas que al saber de la muerte del bardo acuden prestos al hospital y nadie les da cuenta del cadáver, ni conocen la dirección de los indígenas que se lo llevaron equivocadamente como su familiar fallecido a un lugar ubicado en el Ejido.

De los registros estudiados por Calvachi se puede ver que el único indígena muerto el mismo día y por la misma causa de fiebre tifoidea es remigio Ati, 54 años, fallecido que deja familiares, se consigna el nombre de su conyugue como Petrona Guamán, residente en Quito, el cambio de cuerpos no parece ser una buena hipótesis, ya que Valencia contaba con 32 años.

La suerte sobre los restos del poeta parecen coincidir con la exposición de Amable Viteri, nuevamente, “transcurridos trece días de su muerte, el 15 de enero de 1919, queriendo darle sepultura decente -sus amigos-  fuimos al Hospital Civil y la Madre Rosa nos informó que como todos los infelices que no tienen familia había sido enviado al Anfiteatro, para luego ir a con fundirse en la fosa común”.

Félix Valencia debe su particularísima presencia en los albores del modernismo literario ecuatoriano, no mal queremos subjetivar su protagonismo efímero intranscendente dentro de un grupo al que nombrarían como Generación Decapitada, o dentro de un grupo de lectores en formación, y más aún encausarlo en criterios adyacentes al derrotero fatalista de saberse escritor, más aún poeta, para la época: melancólico, incomprendido o suicida.

Su mundo es de soledad, “soberbio y misántropo, quizás un inadaptado, no se inclina a rendir tributo a nadie, ni siquiera a solicitar empleo. Comprendiendo la falsía de la sociedad se apartó de ella, arrojándola quemantes dardos. A menudo habla de los judas sociales y de los mártires inocentes que van camino del Calvario, sorprendiéndose que no le crucifiquen nunca al traidor Iscariote. Sueña con el advenimiento de un nuevo Cristo que libertará a todos los que tienen hambre de justicia y de paz, en nombre del Derecho. Cuando asciende al Sinaí, y desde lo alto distingue la farsa de los tontos, ambiciosos y culpables, tiene el ímpetu de torturar a los judas y pilatos” .

“Cristo y Judas son flores de heroísmo

y la una sombra agranda la otra lumbre;

si Cristo es grande como toda cumbre

Judas es negro como todo abismo…”

Cristo y Judas tienen el mismo valor para el poeta: el bien, el mal, la bondad, el engaño; pero todo es inútil porque:

“Y entre tantos horrores no se ha visto

un acto más infame que el de Judas

ni un morir más inútil que el de Cristo…”

Imprecación, blasfemia, puño alzado contra el cielo; la sociedad para él  es tan falsa como el gesto de Judas al vender al Maestro.

A un siglo de su desaparición se insiste en retomar los mismos derroteros para justipreciar el talento y fluidez literaria de un poeta en la bisagra de los siglos XIX y XX, desde intelectuales como Humberto Salvador, Atanasio Viteri quien nutrió la generación del 30 y que para 1942 se constituyó en la ciudad de Quito el Centro Literario Musical “Félix Valencia”. En 1934 circula un opúsculo: “Los poemas del Dolor”, con poesía de Valencia, y de la cual hemos efectuado una selección. El prólogo de este breve libro es de Alejandro Andrade Coello. En 1966, el Grupo Literario “Galaxia”, de Latacunga, levanta en el Cementerio General de dicha ciudad un Cenotafio a su memoria. En el año 2103 se institucionaliza la Feria del Libro Félix valencia que tuvo dos sendas ediciones de manera bianual promovido por la entonces Casa de la Cultura Núcleo de Cotopaxi y que la impulsamos en colaboración con la Universidad Técnica de Cotopaxi.

Valencia Vizuete no es un decapitado, tampoco hay que reclamar tal estadio, la cuña y apego a este grupo de modernistas ecuatorianos pervive por su desenlace y fatalidad, y es antojadizo reclamar tales entelequias, incluso biógrafos y estudiosos de los cuatro poetas reconocidos han insistido por separado sus aportes y valía, deberíamos pensar más bien en el ultraísmo y su influencia, estudio que ha explayado el escritor y crítico literario Raúl Serrano Sánchez, y de quien hemos confiado su tesis doctoral en literatura, desde su ensayo sobre Humberto Salvador, el estudio de las vanguardias en nuestro país y lo que hemos denominado como “modernismo temprano y tardío” temprano porque en el quiebre del bequerísmo sorprende mayormente el estilo de Valencia y tardío por haber sido exilado de los cánones iconoclastas del buen decir de la literatura nuestra, condición social y conservadurismo.