Honor y devoción a la celestial virgen del volcán:

Crónica de la primera salida en la Mama Negra de tiznados.

Fotografías: Diego Paredes Bravo.

Rasga la media mañana, en la primera salida de la *Mama Negra de Tiznados,  el alto grito de un niño loante impone su ternura para alabar a la virgen mercedaria, ubicada al pie de la puerta del perdón, hilvana el verso trovador e improvisado, ingenuo: Lucerito que estas en el cielo préstame tu claridad/ para que este negro no viva en postergada soledad/ del cielo cayo un pañuelo bordado de mil colores/ en una esquina decía virgencita de mis amores. 

*Los mayores conocen a la semana siguiente del 24 de septiembre como la Mama Negra de Tiznados, a la primera como del día propio y litúrgico de la Virgen de la Merced llaman la Mama Negra de blancos; esto alusivo a la promesa notariada que hiciera Ma. Gabriela Quiroz, de celebrar fiesta de blancos y tiznados que además según Carvalho Neto, refiere a los tiznados como los “naturales” o indios que constituían realmente a la celebración folclórica. Estos naturales provenían de los sectores rurales, alrededor de Latacunga, La Laguna, San Felipe, San Buenaventura, San Martín, y que llevaban pintarrajeados sus rostros de esmeralda y no necesariamente de negros.

El primero en aparecer en el cortejo hacia el altar adornado de flores blancas es el Abanderado y sus acompañantes, hay un espacio amplio sobre la placeta, dos camisonas ingresan antes, colocan sus pañoletas de seda abiertas sobre el pie de la imagen de la virgen del volcán, están sin colaciones, depositan el cabestro de pata de cabra, se persignan y dejan expedito el espacio; detrás al pie de la vereda espera el Capitán con sus Sargentos uno de cada lado; el Abanderado pide permiso a la patrona para de inmediato invitar al Capitán que también se inclina ante la imagen; todo en su lugar, la Capitanía presidirá los honores, delante de la virgen de la Merced; los ademanes militares empiezan primeramente para acercarse delante del señor capitán, para ello agitan la wipala, tres tiempos, sin enrollar, las batidas son enérgicas mientras en una línea los acompañantes giran los bastones mientras todos detrás de sus máscaras de malla disimulan sus identidades, se entrecruzan sobre el espacio, es un tejido invisible a tiempos e intervalos, anónimos.

Sobre el piso, en la pañoleta, boca arriba, deja el Kepi, gorro militar del abanderado, retrocede a trancos, sin dejar de agachar y acomodar su careta, vuelve a la rutina de los honores, luego se hincan y reciben la bendición y el concejo del Capitán y los sargentos; limosna en el kepi el Capitán para luego recogerlo y colocarse el abanderado su gorra sobre su cabeza, en todo este ceremonial nunca deja de lado la bandera multicolor; antes de retirarse completan siete veces las batidas, idénticos los acompañantes con sus bastones, se acercan a estrechar la mano del Capitán que agradece los honores, lo hacen también los sargentos, y mientras se retiran tres salvas por cada uno son tronadas al aire por las carabinas que son asistidas por dos ocultos que preparan el arcabuz.

Es el turno del Ángel de la Estrella, sus negros palafreneros y loeros irrumpen sobre el espacio frente a la puerta del perdón, piden permiso al capitán para loar a la virgen, y casí como una perfecta imitación con sus intervalos replican los honores; la niña Ángel de la Estrella recita sus plegarias a la virgen por el Capitán y la ciudad; luego de sus suplicas y plegarias entre banda corta, sobre el caballo abre sus brazos la ángel, personaje celestial, extiende una loa que al igual a su mando pide a la banda extender una canción para poder bailar con el capitán, no sin antes pedir la bendición al capitán y sus sargentos. La ofrenda de palomas a manos llenas eleva a los cielos la madre del Ángel de la Estrella. También hay salvas como a todos sus personajes.

Rey, y Rey embajador, y finalmente Mama Negra, en los honores y loantes cada quien replica su devota aspiración entrecortado por el sonido de la banda; entre tanto con la virgen mercedaria de testigo baila el capitán y Mama Negra intercambiando sus símbolos, él recoge a María Mercedes y ella la espada con un naranjo incrustado en su punta. Monótono y silente el sol de medio día exige avanzar la comparsería hasta la colina Clavario, en la ermita, pasando por la calle larga, que exige a los fieles a los devotos del flagelo y el sacrificio el peso de ashangas y la danza esforzada, le llaman cuesta del corazón a la virgen.

Ya en la ermita sigue el sincretismo, poco a poco la hilera de ashangas también se apuesta a repetir el ritual, como un interminable sueño. Es la ciudad que desde lo inmemorial repite su magia, colorido y esplendor; es la tradición y el jolgorio en la primera salida de tiznados en ritual devoción.

Nadie estoy seguro, llega a comprender el gesto devoto y sublime de adorar a la patrona del volcán virgen de la Merced. En el amor a nuestra tradición, testificamos la despedida del último capitán y abanderado fundidos en un abrazo; serán ahora “otros” sus herederos y custodios quienes en sus años de vida seguirán rogando por días de amor, de paz, de salud, de trabajo y alegría.